Sentado en la banca con la mirada
perdida al cielo; ella estaba.
En sus mejillas, libres las gotas
cristalinas de su dolor escondido
caían raudas, presurosas, asustadas,
hacia el suelo; que seco al calor del verano
devoraban con frenesi las lagrimas
empujadas a su libre albedrio.
Otros osculos ardientes libres al deseo esperado
se afanaban en asir la última linea de la ciega vida
del lejano amor y sus frutos; sin saber,
borraban de un manotazo lo escrito por años.
Al otro lado, la botella de licor lloraba junto a él
sin saciar su equivocado dolor.
Hoy, la soledad es su destino.